Por Hernando Calvo Ospina, Venezuela News / Resumen Latinoamericano, 16 de julio de 2025.
Donald
Trump no inventó las deportación de migrantes ni los encierros en
campos de concentración. Sólo que su ego le exige que gane hasta ese
título, aunque la realidad demuestra que, hasta el momento, varios
expresidentes le van ganando. En lo que sí se lleva todas preseas es que
no le importan los métodos y ni siquiera lo que diga la justicia, algo
que vuelve a dejar en harapos a la autodenominada «democracia más grande
del mundo»
Trump, el bocón más grande que ha tenido ese régimen
como presidente, intenta igualar y superar a Bill Clinton (1993-2001),
1,2 millones de personas expulsadas; George Bush hijo (2001-2009), 2
millones; Joe Biden (2021-2025) 1,5 millones; y el rey de reyes en esa
categoría es el muy simpático y premio Novel de la Paz, Barack Obama
(2009-2016), con 5 millones. Durante el primer gobierno del fanfarrón
Trump (2017-2021) se deportó a un millón de personas, y en los seis
primeros meses de este segundo período iba por los 150 mil,
aproximadamente.
Las
expulsiones hacen parte de una infame tradición de los gobernantes de
esa nación y desde antes que se llamara Estados Unidos, donde el
supremacismo blanco anglosajón con su racismo ha sido determinante.
La
primera vez que fueron expulsados migrantes masivamente fue con la Ley
de Exclusión China de 1882. Era la primera vez que se hacía contra una
raza. Sólo en 1965 se levantaron las últimas restricciones. Los que
quedaron dentro del país durante todas esas décadas estuvieron excluidos
socialmente, muchos asesinados y hasta existieron masacres. Es muy
importante recordar que los chinos fueron la mano de obra esencial para
la construcción del ferrocarril del oeste, ese que permitió el
desarrollo estratégico a esa nación.
El
asedio, el odio contra ellos fue bajo el mismo pretexto que se sigue
utilizando contra los migrantes en ese país y en Europa: le estaban
robando el trabajo y el comercio a los «blancos». Aunque los «blancos»
siguen evitando hacer los trabajos que hacen la mayoría de migrantes.
Ya
varias naciones del llamado Viejo Continente habían hecho de las
deportaciones masivas un deporte, practicado a partir del siglo XII
contra los judíos: Inglaterra, Francia y España fueron campeones.
Palestina nunca persiguió judíos pero lo está pagando.
Tampoco el
peligroso bocón tuvo la originalidad de hacer centros de detención en su
territorio, apartadas y en peores condiciones que en muchos campos de
concentración nazi, ya que Inglaterra, por ejemplo, adaptó barcos para
encerrar a los detenidos en alta mar. Ahora Trump acaba de inaugurar el
«Alcatraz de los caimanes», en mitad de los pantanos del Everglades en
la Florida.
Lo que sucede actualmente con muchos migrantes,
considerado por Trump como uno de sus grandes logros, es expulsarlos a
terceros países donde son encarcelados, sin importar nacionalidad, con o
sin antecedentes penales y, lo peor: hasta con documentación legal en
Estados Unidos. Algo inhumano, pero como todo inquilino de la Casa
Blanca se cree el dictador del mundo, pues ni la ONU se atreve a
señalarlo.
Aunque
el régimen del fantoche de Washington no ha tenido la originalidad en
esa ilegal y horrible práctica: desde años atrás países europeos vienen
dando ejemplo. Italia fue la que empezó a pagar la construcción de
cárceles en Albania para encerrar migrantes. Ahora otros están en ese
camino, como Francia, que prepara una cárcel en la selvática zona de una
de sus colonias en América Latina.
Quizás, es
posible, que Trump, ese descendiente de migrantes, haya leído un poco de
la otra historia de ese país y supiera que a partir de 1820 se
empezaron a enviar esclavos liberados a la costa de África Occidental.
Fue un proceso de expulsión, disfrazado de repatriación o migración
organizada. Al año siguiente se empezaron a comprar tierras hasta que
armaron un país llamado Liberia: para 1867 se habían trasladado a 12.000
personas.
Abraham Lincoln, el presidente conocido por la
Proclamación de Emancipación de los esclavos, fue quien impulsó ese
«proyecto». Lincoln también propuso enviarlos a Centroamérica, donde sus
filibusteros eran amos. Lincoln argumentaba que, finalizada la
esclavitud, los negros no podrían ser social ni políticamente iguales a
los blancos, por eso debían volver a la tierra de sus antepasados.
Thomas Jefferson, uno de los presidentes más esclavistas y racistas,
propuso comprar niños esclavos para enviarlos a República Dominicana y
que allá organizaran su propio mundo.
Con estos antecedentes no es de extrañar que ese régimen sea así con quienes tienen piel de color «extraño» o poco en el banco.
Durante
este actual régimen los ciudadanos latinos migrantes están siendo
tratados como si fueran una escoria. Desde Trump hacia abajo se les ve
el placer de enfermos mentales al hablar de ello. Como las autoridades
encargadas, y ya se han sumado varias entidades federales, ganan
incentivos monetarios por cada migrante detenido, se caza a quien sea,
como sea y donde sea.
Encadenados
de pies y manos, como el peor delincuente, son llevados y traídos.
Muchos hasta desaparecen de los registros por lo cual sus familiares no
saben donde se encuentran. Con conocimiento público o sin él, un día son
montados en un avión y enviados a cualquier parte. De una madrugada a
la mañana un obrero o un sembrador de tomates pueden verse en una cárcel
de alta seguridad bajo sospecha de ser peligroso criminal o hasta
terrorista.
Ni Trump se había sentado en su silla de
emperador y las expulsiones ultrajantes y masivas empezaron a darse. A
fines de enero 2025 el presidente colombiano Gustavo Petro rechazó el
aterrizaje de dos aviones estadounidenses con migrantes colombianos
debido al trato humillante que estaban recibiendo, ya que iban a llegar
esposados de pies y manos. Petro calificó ello de indigno y exigió un
protocolo de trato digno para sus ciudadanos. Esta lógica y humana
exigencia enfureció a Trump y a su secretario de Estado Marco Rubio. Al
final los dos rufianes de Washington aceptaron que Petro enviara aviones
para llevar a esos y otros migrantes.
Igual sucedió con la muy
digna presidenta de México, Claudia Sheinbaum, quien ha debido hacer
frente día tras día a los ataques, y hasta insultos, de Trump y de
cualquier otro funcionario estadounidense. Y ese gobierno no la tiene
fácil por tener frontera con Estados Unidos, por la cual tratan de pasar
millones de personas hacia el «paraiso», llegados desde muchos países.
Durante
el gobierno Biden los latinos que más fueron expulsados en el 2024 por
nacionalidad fueron México, Guatemala, Honduras, El Salvador y Colombia.
En el 2025, con Trump, siguen siendo los mismo primeros cuatro, pero el
quinto ya es Venezuela. Estos últimos han sido objeto de deportaciones
mediáticas, casi siempre bajo acusaciones de pertenencia a pandillas
criminales y narcotraficantes, aunque sin pruebas.
Ante
las amenazas de Washington las protestas de Petro y otros presidentes
latinoamericanos se calmaron rápidamente y hasta dejaron de enviar
aviones para repatriar a sus conciudadanos. Además de México quedó otro
gobierno que siguió defendiendo y enviando aviones para repatriarlos: el
venezolano. Y no ha sido fácil pues el régimen estadounidense aseguró,
sin pruebas, que eran peligrosos delincuentes pertenecientes a bandas
transnacionales. Milagrosamente algunos fueron rescatados judicialmente
del campo de concentración que Estados Unidos tiene en Guantánamo, un
pedazo de territorio cubano ocupado.
Otros fueron enviados casi
clandestinamente a El Salvador, al Centro de Confinamiento del
Terrorismo. Desde el 15 de marzo hasta hoy, el «dictador simpático»,
como le encanta decirle la gran prensa a Nayib Bukele, había admitido su
complicidad en el secuestro de 252 venezolanos en ese lugar de tortura y
muerte, aunque se ha convertido en ejemplo para muchos gobiernos,
incluidos europeos: «Estados Unidos pagará una tarifa muy baja por ellos, pero una tarifa alta para nosotros», expresó
Bukele con un placer de niño consentido por papá. Se dice que quien
anda entre la miel algo se le pega, pues en esa ocasión terminó diciendo
como todo presidente en Washington: «que Dios bendiga a El Salvador y que Dios bendiga a Estados Unidos».
No
se sabe el nombre de la mayoría de los venezolanos que están recluidos
en las mazmorras alquiladas de Trump en El Salvador, lo que se considera
una detención-desaparición en los fundamentos del Alto Comisionado de
la ONU para los Derechos Humanos, algo que sostienen las más
prestigiosas organizaciones de derechos humanos en el mundo. Pero al
régimen de Washington más le preocupa si mañana llueve.
Ante
los investigadores de la ONU el régimen salvadoreño se lavó las manos
hace poco al asegurar que el de Trump es quien tiene el control sobre
esos migrantes: «El Estado salvadoreño declara enfáticamente que sus
autoridades no han arrestado, detenido ni trasladado a las personas a
las que se refieren las comunicaciones del Grupo de Trabajo.
Las
acciones del Estado de El Salvador se han limitado a la implementación
de un mecanismo de cooperación bilateral con otro Estado, mediante el
cual ha facilitado el uso de la infraestructura penitenciaria
salvadoreña para la custodia de personas detenidas en el ámbito del
sistema de justicia y la aplicación de la ley de ese otro Estado», dice
un documento judicial oficial del 7 de julio.
El gobierno
bolivariano de Venezuela está acompañando a los familiares de estas 252
personas encarceladas ilegalmente, las que fueron trasladadas hasta en
contra de la justicia estadounidense, en el reclamo para que los suyos
vuelvan a casa. Y lo más urgente: que se diga el nombre de todos los que
ahí están como si no existieran.
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